Mucho se dijo sobre la octogenaria casona que aloja a PAUL French Gallery y su mítico pasillo: que fue carbonería, herrería, fábrica de repuestos. En los casi cuatro años que compartimos con su equipo desarrollando la comunicación del local, nos propusimos descubrir y revelar su verdadera historia. Al segundo año, tuvimos la oportunidad de entrevistar al dueño de la propiedad (nos hizo prometer que no mencionaríamos su nombre, aunque muchos saben quién es): en dos horas que hubiésemos multiplicado por diez, nos guió por el pasado de Palermo, un barrio que siempre vamos a preferir en su extinta versión original.
El castillo horizontal de Gorriti 4865 fue construido en 1934 con vivienda al frente y comercio al fondo. Una familia cruzada (dos hermanas enemistadas, casadas con dos hermanos socios) se dividía entre la planta baja y alta, mientras que el negocio era compartido. Al mando de la distribuidora de vinos y aceites españoles estaban los hermanos Briola, dos italianos que ofrecían producto “al menudeo”, abastecían a negocios del barrio y vendían por mayor a almacenes más grandes. Las vías que recorren el pasillo transportaban botellas, damajuanas y toneles de roble. Los hermanos fallecieron el mismo año; las hermanas siguieron peleadas, “una rica, la otra pobre”, declaró nuestro entrevistado.
A mediados de siglo XX, la casona encontró su segunda vida: los placeres líquidos cedieron lugar a las promesas de plata y oro. El fondo de Gorriti se transformó en la fábrica de cajas de alianzas del Trust Joyero Relojero. Los estuches de madera y cartón, forrados en seda y terciopelo, se apilaban hasta el techo según tamaños. Desde este bunker ambientado con cuentas de colores, lentejuelas, perlas y piedras preciosas, salían hacia la histórica sucursal de Av. Corrientes al 1000.
La tercera inauguración antes de la llegada de PAUL ocurrió en 1979, esta vez a puertas cerradas: allí se ocultó (solo se accedía con cita o invitación) uno de los talleres de autos clásicos más buscados de la ciudad. Atendido por padre, hijo y equipo, se especializaba en americanos convertibles: Cadillac, Packard, Chrysler y Duesenberg. Eran quinta generación de carroceros, todos hombres de oficio: parcos entre multitudes, conversadores en su comunidad. Todos coincidieron en que del automovilismo uno se no se retira: “Nos vamos a ir de la vida con una herramienta en la mano”.
El capó de un Cadillac 50 hacía de techo para la parrilla. Alrededor se armaba la zapada: piano, batería y guitarras de músicos que tocaban bajo tierra, en los pasillos del subte. Todos los jueves a la noche, el portón oscuro de madera maciza se entornaba apenas para dejar entrar a los invitados: gente del automovilismo y mecánicos, todos amigos. Para ellos, la historia de Gorriti 4865 se cuenta en las personas que entraron y en los autos que salieron.
*Todas las fotos fueron cedidas por nuestro entrevistado anónimo 🙂
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